La expresión “prensa hegemónica” (o “prensa corporativa”) se refiere a aquellos medios de comunicación que dominan el panorama mediático, y que reflejan y refuerzan los intereses de las élites económicas y políticas. Juegan un papel crucial en la construcción de la realidad social, política y cultural, y es controlada por un pequeño grupo de corporaciones y grupos de poder.
Una sociedad democrática, además de permitir elecciones abiertas, contener instituciones (ramas autónomas de poder público, organismos de control, sistemas de pesos y contrapesos, control social y político), garantizar el orden y la soberanía territorial, reconocer derechos (fundamentales, sociales, colectivos y ambientales), debe fomentar la libertad de expresión y el derecho a una información oportuna y veraz.
Pero esto último no suele ser frecuente en las modernas democracias liberales, donde la prensa hegemónica, con eventuales excepciones, utiliza sistemáticamente la mentira y la manipulación para imponer su “visión del mundo” y defender los intereses de las élites, es decir, de las empresas a las que pertenecen, de la corporatocracia de la que hacen parte. A través de estrategias como la repetición constante de mensajes, la apelación a las emociones y el miedo, y el silenciamiento de voces disidentes, los medios masivos construyen un “sentido común” que naturaliza la desigualdad y la dominación.
Su influjo se extiende más allá de la simple difusión de noticias; actúan como formadores de opinión, y son capaces de establecer agendas que moldean la percepción pública de los acontecimientos. Esto lo logran con la forma misma en que se dicen las cosas, los términos que se usan, las realidades que se nombran y su orden, o a quién se dirige un mensaje; y demuestra que la relación política-medios es algo cada vez más decisivo en la política contemporánea.
La hegemonía consiste en la imposición sistemática, no siempre evidente (pero observable y científicamente medible), de una determinada concepción del mundo de una clase social o grupo de poder (legal o ilegal). El discurso, así, pasa de ser un mero elemento del lenguaje para convertirse en una práctica política, además de un negocio que favorece la manipulación bajo el sofisma de pluralidad, fácil acceso, democracia o libertad de expresión. Como debería ser obvio, comprar medios es un modelo de negocio, pero ejercer el periodismo no lo es. En este contexto de casi absoluta ausencia de imparcialidad, hablar de “prensa libre”, como se acostumbra, supone incurrir en un oxímoron; es una contradicción en los términos: claramente, oscuramente, no es libre, sino cooptada.
A escala global, asombra que sea un reducido número de corporaciones, con ingresos anuales multimillonarios, las que monopolizan la mayoría de periódicos y televisiones (abiertas y de clave básico): Fox Corporation, The Walt Disney Company (que incluye las marcas ABC, ESPN, FX y Disney), National Amusements, Comcast y Warner. También están en muy pocas manos las grandes plataformas digitales: Google, Meta (Facebook, Whatsapp...), X (antiguo Twitter). De ahí la declaración reciente de la Corporación Latinoamericana Sur (2024): “(…) como han denunciado, entre otros, el politólogo español Pablo Iglesias, el periodista australiano Julián Assange o el pensador político norteamericano Noam Chomsky, el poder económico se ha hecho con el control de los principales medios de comunicación social y los han puesto al servicio de sus particulares intereses políticos”.
Y de ahí también las afirmaciones de Hernán Ouviña en su artículo “Matriz mediática hegemónica, manipulación y naturalización de la muerte” (2020): “En un mundo donde la política económica neoliberal gana cada vez más terreno y los gobiernos corporativos sobrepasan el poder de los Estados o hacen incluso que estos últimos estén en función de ellos, la definición del sentido común se encuentra determinada por la necesidad de creación de un ambiente de aceptación generalizado que posibilite el desarrollo de los proyectos productivos de interés para el poder dominante, la minimización de la oposición política en los sectores populares y la pacificación del descontento social desde la manipulación de la opinión pública. Así, ¿qué sería de las reformas estructurales de inicios de los 90, la posterior desregulación económica, la implementación de los diversos tratados de libre comercio, la creciente violación de DDHH de las comunidades en los territorios influidos por proyectos extractivistas de carácter estratégico, el clientelismo, la precarización laboral y la securitización de la vida, sin la intervención de los medios masivos de comunicación y el aparato ideológico que los soporta?”.
El alcance masivo de los medios hegemónicos o tradicionales (el llamado “cuarto poder”) le permite influir en la opinión pública y establecer narrativas predominantes, con lo cual ejercen como verdaderos agentes políticos. Se caracterizan por: 1. Concentración de propiedad: Un pequeño número de conglomerados controla la mayoría de los medios de comunicación, lo que limita la diversidad de voces y perspectivas; 2. Intereses corporativos: La búsqueda de beneficios económicos lleva a la priorización de ciertos contenidos que atraen a las audiencias, a menudo a expensas de la verdad y la integridad periodística; y 3. Agenda política: Muchos medios tienen vínculos estrechos con partidos políticos, grupos de presión o líderes específicos, lo que influye en la forma en que se cubren las noticias. Dice al respecto el mismo Ouviña: “La hegemonía se construye siempre que hay una dirección política, ideológica y cultura de una clase social sobre otra. De esta forma, se impone la visión de un grupo dirigente que muestra sus intereses y proyectos particulares como universales. Este grupo dominante convence al grupo dominado a través del uso de varias estrategias que logran que al grupo dominado se le dificulte hasta la percepción de los lazos de dominación”.
Esta imposición se ejerce constantemente, y es la garantía de que se mantenga la dominación. En el empeño por construir e imponer esa “visión del mundo”, genera acciones, reacciones y omisiones predeterminadas y manipulables a través de los medios masivos de comunicación. Los nódulos de esa ideología dominante que se impregnan a través del aparato mediático son los propios del capitalismo tardío: la naturalización de las desigualdades apelando a criterios como el mérito y la igualdad de oportunidades, el culto al conservadurismo, la “superioridad” racial, la negación del racionalismo, el dogmatismo, la condena del pensamiento crítico, el odio a las diferencias, la xenofobia, la aporofobia, el desprecio por la debilidad, el patriarcalismo, entre otros.
Las técnicas de manipulación mediática de las que se sirven los poderes oligárquicos (en el sentido que le da a esta expresión Jeffrey A. Winter en su libro “Oligarquía”) buscan influir en la opinión pública desvirtuando la atención de cuestiones que podrían amenazar su posición. Entre las principales estrategias de intoxicación mediática, están: 1. Selección y omisión: Los medios deciden qué informaciones se publica y cuáles se ocultan, creando una realidad parcial y sesgada; 2. Distorsión y tergiversación: Los hechos se presentan de forma distorsionada, sacándolos de contexto y/o enfatizando ciertos aspectos para generar una impresión determinada en la audiencia; 3. Repetición de mentiras: Siguiendo la máxima de Goebbles, “miente, miente, miente, que algo quedará”, los medios repiten incansablemente ciertas afirmaciones falsas hasta que son asumidas como verdaderas por gran parte de la población; 4. Creación de enemigos: Se construye la imagen de un “otro” amenazante (inmigrantes, minorías, disidentes políticos, líderes sociales, etc.) sobre el cual volcar el miedo y el odio de las audiencias; y 5. Desinformación y noticias falsas: La proliferación de “fake news” y desinformación busca confundir, engañar y manipular a la opinión pública. Estas estratagemas, poco éticas y poco profesionales, traen graves consecuencias para la democracia y para la sociedad en su conjunto: 1. Erosionan la confianza en los medios y en las instituciones democráticas, y cuando las personas sienten que están siendo engañadas, es menos probable que confíen en la información que reciben; 2. Empobrecen el debate público; 3. Disminuye la capacidad de tomar decisiones informadas; 4. Legitiman y naturalizan la desigualdad, la injusticia y la opresión al presentar a ciertos grupos como responsables de los problemas sociales desviando la atención de las estructuras de poder que perpetúan esas realidades; y 5. Polarizan la sociedad dividiendo a las personas en grupos opuestos y fomentando el conflicto en lugar de la cooperación. Como dice la frase introductoria de un canal alternativo de Youtube, “Los medios occidentales mienten, tergiversan y manipulan, o, en el mejor de los casos, ocultan la información más relevante”.
Todo esto hace que se desvirtúe la práctica y el sentido mismo del periodismo, y, como precisa Agustina Lombardi en su libro Manual de periodismo político, “lo que más importa a la hora de hacer periodismo es brindar información de calidad, verificada y verificable, contextualizada, que aporte miradas varias sobre un mismo asunto, que aporte valor a la época, contribuya a reforzar la democracia y fortalecer las ciudadanías”.
A lo largo de la historia ha habido numerosos ejemplos de cómo la prensa hegemónica ha manipulado la información para servir a intereses particulares. Consideremos estos tres casos: la guerra de Irak, la crisis de los refugiados europeos y el covid-19. En la guerra de Irak de 2003, los medios fueron utilizados para justificar acciones militares de efectos devastadores; a pesar de la falta de evidencia sobre armas de destrucción masiva, muchos medios de comunicación respaldaron la narrativa del gobierno estadounidense contribuyendo a la invasión y convirtiéndose en corresponsables de la destrucción de ese país y del genocidio aún impune perpetrado allí. En la crisis de los refugiados en Europa, el poder mediático ha deshumanizado a los migrantes presentándolos como una amenaza, lo que alimenta el miedo y la xenofobia en lugar de enfatizar su humanidad y las razones detrás de su migración. Y en el caso de la pandemia del covid-19, los medios han sido criticados por su manejo de la información; difundieron desinformación sobre tratamientos y vacunas, lo que contribuyó a la confusión y la desconfianza en la ciencia y en las instituciones de salud pública.
Medios hegemónicos y política en Colombia
En Colombia, la prensa corporativa ha sido un actor central en la configuración del panorama político y social del país. A través de diversas estrategias de manipulación y desinformación, ha influido y siguen influyendo en la opinión pública, favoreciendo intereses económicos y políticos específicos. Este monopolio informativo ha llevado a una homogeneización de las narrativas y a la marginalización de voces alternativas que va en contra del derecho de los ciudadanos a la información veraz, oportuna y de calidad, contemplado como tal en la Constitución Política. Las estrategias de manipulación mediática en Colombia son las mismas que en el resto del mundo. Se selecciona y omite información, como en la cobertura de protestas sociales que suelen ser minimizadas o presentadas de manera negativa, mientras que, en contrapartida, se amplifican las voces de aquellos que apoyan el statu quo, lo que se traduce en una falta de representación de las luchas sociales y políticas de sectores históricamente marginales. Se tergiversa el significado de los hechos, sacando declaraciones de su contexto o enfatizando determinados aspectos de una historia para influir en la percepción del público, como ocurre en la transmisión de estas mismas movilizaciones sociales en las que los medios a menudo destacan actos de vandalismo, al tiempo que ignoran las demandas legítimas de los manifestantes. Se repiten mentiras que llevan a que se acepten como verdades para deslegitimar movimientos sociales y/o políticos que desafían el orden establecido. Se crean enemigos a los que se les atribuyen todos los males, tal como se ha visto en la demonización de grupos como los estudiantes, los indígenas y las comunidades afrodescendientes presentándolos como amenazas al orden público. Desinforman y publican noticias falsas con el objetivo de confundir y manipular a la opinión pública, como ocurre cuando se desinforma en favor de actores políticos que influyen en elecciones y movilizaciones.
También el impacto de la manipulación mediática es el mismo en Colombia que en otros lugares. Se erosiona la confianza, tanto en los medios de comunicación como en las instituciones democráticas, lo que ha venido ocurriendo en los últimos años con la creciente desconfianza hacia los medios tradicionales, vistos como herramientas de propaganda. Se empobrece el debate público, lo cual impide la participación plena en los espacios democráticos, y dificulta el diálogo y la construcción razonada de consensos. Se legitiman la desigualdad, la injusticia y la opresión al desviar la atención de las estructuras de poder que perpetúan estas realidades, lo mismo que de las causas estructurales de la pobreza y la exclusión. Se genera polarización social fomentado el conflicto en lugar de la cooperación, como ha pasado entre diferentes sectores de la sociedad exacerbadas por la cobertura mediática de los conflictos. Y al igual que a escala global, la prensa colombiana (escrita, radial, televisiva, digital) está dominada por un pequeño número de conglomerados mediáticos: El dueño de Caracol Televisión, Blu Radio y El Espectador es el Grupo Santodomingo; de City TV y El Tiempo, la Organización Luis Carlos Sarmiento Angulo; de Semana, El Heraldo y El País de Cali, el Grupo Gilinski; de Caracol Radio y La W Radio, Amber Capital (fondo de inversiones de la mayoría de las acciones del Grupo Prisa); de RCN Radio, Canal RCN y La República, la Organización Ardila Lülle; de Claro TV y Red más, Carlos Slim. Son, todos ellos, medios cuestionados por su alineación con intereses políticos de derecha y por ser instrumentos de propaganda política a través de informaciones sesgadas, falsedades, medias verdades y calumnias, como ocurre actualmente a propósito de las acciones del gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez; en lugar de informar con un mínimo de objetividad, se dedican, con un máximo de insidia, a exagerar y sobredimensionar los errores, al tiempo que minimizan y ocultan los aciertos.
Algunos ejemplos de manipulación mediática en Colombia son: la guerra de las FARC-EP, los refugiados venezolanos, el covid-19, el asesinato de líderes sociales, el golpe de Estado blando contra el actual gobierno. En el caso de las FARC-EP, los mass media nacionales jugaron un papel crucial en la construcción de la narrativa sobre esta agrupación durante el conflicto armado presentándolos como terroristas, sin considerar el contexto histórico del conflicto, lo que contribuyó a la estigmatización de las comunidades afectadas y a la falta de comprensión de las causas de la confrontación. Con la crisis de los refugiados venezolanos, se los ha deshumanizado mostrándolos a menudo como una carga para el país, con lo cual alimentan el miedo y la xenofobia en vez de enfatizar su humanidad y comprender las razones detrás de su migración. Durante la pandemia, la prensa corporativa desinformó sobre los tratamientos y las vacunas centrándose con frecuencia en el sensacionalismo. Respecto del asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales, se los ha banalizado y se omite mencionar que la mayoría de ellos hacen parte de procesos de disputa territorial en contra de los intereses de grupos económicos que guardar estrecha relación con el poder político local; además, estas víctimas dejan de ser personas de carne y hueso para convertirse en números fríos de una estadística. Y en lo referente al intento de un golpe de Estado blando, se alían con sectores políticos y empresariales en este empeño anticonstitucional y antidemocrático.
El columnista Alberto Ramos ilustra esta situación en los siguientes enfáticos términos: (…) las tácticas que utilizan para tumbar presidentes. Impulsan un golpe de Estado, se unen empresarios, gremios, grupos de presión neoliberales, para criticar las reformas del cambio, agitan a sus congresistas para cuestionar sistemáticamente, a veces con argumentos insustanciales, compran los medios de comunicación más conocidos y colocan tuiteros a sueldo, lanzan especies falsas y distorsionan la realidad. (…) Así logran que algunos medios de comunicación y magistrados se comporten como apéndices de los partidos políticos de la derecha”.
Acciones para contrarrestar el poder de la prensa hegemónicaPara contrarrestar ese poder, pueden intentarse acciones como:
Todo esto ha de ir acompañado de procesos de formación política y cultural. En momentos en que la confianza en la política decrece día a día, es imprescindible volver a generar confianza en la información política, aportar en la actual batalla cultural mediática. En esta línea, es de resaltar el gesto del presidente Petro en el Encuentro Nacional de Medios Alternativos el pasado 13 de agosto de 2024, donde ofreció destinar el 33% de la pauta oficial a medios alternativos, y en especial comunitarios, del país.
Es preciso que desde los movimientos sociales y populares se disputen los significados que intentan imponer la hegemonía difundiendo una “visión del mundo” que refleje las realidades de las comunidades, que son muy distintas de las de los grandes monopolios económicos. Esto incluye la investigación en pro de la creación y proyección de puntos de vista que surjan en el interior de las clases subordinadas y marginadas. El acceso a las redes sociales (las “benditas redes sociales”, como las llama el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador), aunque limitadas por la censura, deben aprovecharse para el diseño de redes populares de comunicación desde los barrios, las veredas, las fábricas, los hospitales, los territorios en toda su diversidad. No se trata de apagar la tele o la radio, o de no consultar periódicos o revistas, como proponen muchos (por ejemplo, corrientes “espirituales” que en una especie de estrategia del avestruz recomiendan no consumir medios de comunicación ni enterarse de los hechos económicos, sociales, políticos, geopolíticos, por equis, ye o zeta motivos, actitud de indiferencia y despolitización que beneficia mucho al poder de las élites), sino de hacerlo de manera racional, consistente y crítica. Sólo en estas condiciones podremos construir un mundo más justo, donde la verdad y el bien común prevalezcan sobre los intereses particulares de las élites. La verdad y la justicia son fundamentales para una sociedad democrática, y es responsabilidad de todos nosotros defenderlas frente a la constante manipulación mediática.