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El triunfo de Trump y el auge de la ultraderecha internacional

Por Álvaro Sepúlveda Franco, Noviembre 13 de 2024

Donald Trump llega por segunda vez a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo tras una campaña estruendosa que incluyó varios atentados de muerte. Fue una victoria contundente: superó a Kamala Harris tanto en el Colegio Electoral como en el voto popular. Los factores clave de su logro fueron una combinación de tácticas conocidas y nuevas: Inclusión de temas de preocupación central entre los estadounidenses, como el costo de vida y la inmigración; movilización del voto joven; enfoque en estados cruciales como Carolina del Norte, Georgia, Pensilvania, Wisconsin y Michigan; mensaje de “sanación” nacional, dirigido a los votantes cansados de la polarización política; capitalización del descontento económico, aprovechando el malestar por la situación de la economía y la percepción de que los demócratas no habían abordado adecuadamente los problemas de los trabajadores; acentuación de las diferencias entre hombres y mujeres, campo y ciudad, minorías y mayorías; y estrategias de comunicación innovadora usando con eficacia el ecosistema digital de redes… Sorprende, en especial, el apoyo de inmigrantes latinos, afroamericanos y asiáticos, así como de la población femenina.

El candidato republicano logró recuperar la presidencia en uno de los regresos políticos más trascendentales de la historia contemporánea promoviendo toda suerte de pronósticos sobre qué pueda ocurrir en los propios Estados Unidos y en el escenario internacional, colmado de conflictos y tensiones.

Insolvencia Economica

Las reacciones en la comunidad internacional han sido diversas: la preocupación entre sus aliados tradicionales por el posible retorno de políticas aislacionistas y proteccionistas; incertidumbre en los mercados financieros globales, que muestran volatilidad ante las posibles estrategias económicas y comerciales del nuevo gobierno; y optimismo en algunos gobiernos autoritarios que ven la elección de Trump como una oportunidad para reducir la presión internacional sobre derechos humanos y democracia.

Lo cierto es que este triunfo no es un fenómeno aislado, sino parte de una tendencia mundial hacia el ascenso de movimientos y líderes de ultraderecha en muchos países. Desde hace unas décadas, se observa un retroceso significativo en los estándares democráticos en diversas regiones, lo cual ha permitido que ideologías ultraderechistas resurjan con fuerza o que se radicalicen las ya existentes. Resurgen los fantasmas de la década de 1930, una oleada neofascista o postfascista, en varios continentes.

Los actuales movimientos de extrema derecha son los herederos del fascismo clásico, que no ha desaparecido completamente tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial; más bien ha evolucionado y encontrado nuevas expresiones en contextos contemporáneos, con un nuevo léxico y unos nuevos mitos. A medida que las democracias enfrentan crisis de legitimidad, polarización y desconfianza, las ideologías totalitarias empiezan a resurgir.

Sin embargo, el fascismo no es un fenómeno medieval ni precapitalista, sino típicamente moderno; está inscrito en la fase del capitalismo financiarizado, y es un hecho global transnacional que adopta variantes nacionales: Las derechas de cada nación son distintas porque las historias nacionales son diferentes. El hecho es que los poderes globales quieren seguir repartiéndose el mundo; de ahí que las actuales guerras interimperialistas sean parecidas a las de los siglos XIX y XX.

Es evidente que hay rasgos de continuidad entre el fascismo de hoy (que puede llamarse neofascismo, fascismo en ciernes o protofascismo) y el histórico, pero también se advierten discontinuidades, como las siguientes que señala el profesor Julián de Zubiría:

  1. El postfacismo está desprovisto del impulso vital y utópico de sus ancestros que se concebían como alternativas civilizatorias, proyectos salvadores, porque emergen en tiempos postideológicos marcados por élites que experimentan el colapso de la esperanza, el fin de las ideologías y el poder omnímodo del dinero;
  2. Una de sus fuentes pulsionales es la personalidad autoritaria, mezcla de frustración, temor y falta de autoconfianza que conduce al goce de su propia sumisión (sadomasoquismo), lo que induce a esperar la llegada de un salvador;
  3. El fascismo no oculta su pasión por los regímenes autoritarios expresadas en leyes de seguridad, mayor intervención policiva, justificación de la tortura, pena de muerte y poderes jurisdiccionales especiales;
  4. Tras la desaparición de la URSS y el alineamiento de las socialdemocracias en la gobernabilidad neoliberal, las derechas han tenido un monopolio a la crítica al sistema sin necesidad de mostrarse subversivas, haciéndose antisistema;
  5. Hay una variante particular del carisma, que ya no es próximo, cercano, de empatía, sino a distancia, a través de los medios: Lo que cuenta es que el líder actúe, que muestre resultados, sin importar el programa político, pues la ideología no es importante;
  6. Entre el fascismo ancestral y el postfacismo no está sólo la derrota del comunismo, sino los procesos de descolonización: por ejemplo, las dependencias no terminaron con la primera independencia en América Latina.

El resurgimiento de las ultraderechas y los fascismos se da tras el enorme incremento de la riqueza y el poder de las clases dominantes, unida a su pérdida de legitimidad y de hegemonía cultural, durante las últimas cuatro décadas. Si las élites industriales, financieras y militares europeas apoyaron al fascismo en los años treinta, ahora respaldan al neoliberalismo; ya observaba Herbert Marcuse en los años 60 que “En el liberalismo hay un germen fascista”.

El fascismo como doctrina es un movimiento político, sinónimo de ideología contraria a la libertad, que se caracteriza por su oposición al liberalismo, al comunismo y a la democracia. Pero su significado es demasiado amplio, y adquiere matices distintos en cada país, lo que ha generado debates más o menos bizantinos e interminables: el caso italiano difiere del alemán y del de movimientos totalitarios de otros lugares. Es un movimiento antidemocrático, aunque no todos los movimientos antidemocráticos son fascistas.

Los fascismos, que constituyen una respuesta a las crisis económicas, sociales y políticas, suelen capitalizar el miedo y la incertidumbre, aplicando soluciones rápidas a problemas complejos, y prometen restaurar el orden y la prosperidad mediante la apelación a las emociones, no a la razón, desde una actitud antiintelectualista.

Según Enzo Traverso en “Las nuevas caras de la derecha”, “En la década de 1930, Benito Mussolini, Adolf Hitler y Francisco Franco prometían un futuro y se mostraban como una respuesta eficaz a la depresión económica, en contra de las exhaustas democracias liberales que, a los ojos de mucha gente, encarnaban los vestigios de un orden político en ruinas. Por supuesto, esta era una peligrosa ilusión –el esfuerzo por poner fin a la desocupación mediante el rearme y la guerra condujo a la catástrofe–, pero hasta la Segunda Guerra Mundial su propaganda funcionó bastante bien”.

Umberto Eco en su texto “Sobre el fascismo”, propone estas 14 características:

  • Culto a la tradición
  • Rechazo a lo moderno
  • Culto a la acción por la acción
  • Desacuerdo experimentado como traición
  • Miedo racista a la diferencia
  • Apelación constante a la frustración social para movilizar
  • Obsesión por una conspiración
  • Rechazo del pacifismo
  • Desprecio por los débiles
  • Heroísmo
  • Culto a la muerte
  • Machismo
  • Populismo selectivo
  • Uso de un lenguaje empobrecido con una sintaxis elemental para impedir el razonamiento complejo y deliberativo

A las que habría que agregar estos otros:

  • Totalitarismo
  • Nacionalismo exacerbado y xenofobia
  • Primacía de la nación y la raza
  • Anticomunismo
  • Uso de la violencia
  • Restricción a las libertades civiles
  • Rechazo de los derechos humanos
  • Desconfianza en las instituciones democráticas
  • Manipulación y propaganda
  • Corrupción rampante

Todo esto es lo que resurge en muchas regiones del globo, incluida Latinoamérica, bajo la forma de partidos que capitalizan el descontento social generado por crisis económicas, migratorias y sanitarias. Este neofascismo gana terreno en sectores de la población que se sienten amenazados por cambios demográficos y económicos.

Actualmente, el ascenso de líderes y partidos de ultraderecha se ha observado en varios países, como Francia, donde Marine Le Pen ha visto un aumento considerable en su apoyo electoral utilizando estrategias similares a las de Trump, enfocándose en la economía, la inmigración y el nacionalismo; Italia, en donde figuras como Giorgia Meloni y Matteo Salvini han ganado prominencia utilizando retóricas antiinmigración y eurosépticas; Brasil, con Jair Bolsonaro, quien, aunque ya no está en el poder, representó un claro ejemplo del auge ultraderechista en Latinoamérica, lo mismo que Álvaro Uribe en Colombia; Hungría, con Viktor Orbán, que ha consolidado su poder promoviendo políticas nacionalistas; Austria, donde se impuso el filonazi partido de la Libertad en las elecciones generales; Alemania, con el afianzamiento en las elecciones regionales de Alternativa por Alemania; España, con el partido Vox consolidándose; Brasil y Chile, donde partidos derechistas lideraron las elecciones municipales y regionales; o El Salvador, Ecuador y Argentina, bajo la batuta extremoderechista de Nayib Bukele, Daniel Novoa y Javier Milei, respectivamente.

En síntesis, el fascismo es un régimen totalitario que busca la movilización de masas bajo un liderazgo carismático que promueve el nacionalismo extremo, el retorno a valores conservadores y la idea de la superioridad de un grupo sobre otros; históricamente, se ha manifestado a través de gobiernos fuertemente centralizado que recurren a la violencia y la represión para mantener el poder. Resurge en un contexto de guerras, pandemias, cambio climático y aceleración tecnológica, unido a la inflación creciente, los salarios retrasados, el bajo crecimiento y la precariedad laboral. La proliferación de desinformación a través de las redes sociales ha permitido que los movimientos autoritarios difundan sus mensajes sin filtros, lo que fomenta un clima de miedo e incertidumbre.

En este escenario, el triunfo de Trump presenta impacto tanto en la política interna de Estados Unidos como en el ámbito global. En el interior del país, se da:

  • Una reconfiguración del partido republicano, que fortalece su influjo;
  • una polarización social con su retórica divisiva y sus políticas controvertidas que exacerban las tensiones entre diferentes grupos sociales;
  • y cambios en asuntos clave como inmigración, política exterior, regulaciones ambientales, interrupción voluntaria del embarazo, entre otros temas de libertad individual.

Y a escala internacional, se advierte:

  • El efecto dominó, el inicio de un modelo que puede servir de inspiración para movimientos afines en otros países, reforzando la tendencia planetaria hacia la ultraderecha;
  • la erosión de normas democráticas y el cuestionamiento de instituciones establecidas;
  • cambios en las relaciones internacionales que podrían alterar profundamente las alianzas y acuerdos interestatales, afectando el equilibrio del poder global;
  • y un impacto considerable en temas como el cambio climático y la transición energética justa, los derechos humanos, el comercio internacional o la regulación migratoria, que pueden verse seriamente amenazados.

¿Qué alternativas nos quedan? A pesar de este panorama sociopolítico sombrío, existen señales alentadoras que sugieren que los ideales democráticos aún tienen lugar en el futuro político global al margen de cualquier asomo de fascismo en sus múltiples manifestaciones. Muchos jóvenes están liderando movimientos sociales innovadores que buscan renegociar los términos del contrato social con sus gobiernos, desde protestas climáticas hasta demandas por derechos; y la tecnología ha facilitado nuevas formas de participación ciudadana que permiten a las personas organizarse fuera del marco tradicional de los partidos políticos, como las plataformas digitales, para movilizar protestas y compartir información veraz frente a la desinformación.

Uno de los peligros con el fascismo es que muchos sectores populares tienden a identificarse con movimientos y partidos de ultraderecha. Otro, es que el fascismo no es sólo una estructura económico-monopólica del capital, sino un rasgo introyectado en el carácter que se refleja permanentemente en las prácticas societarias, y en ese sentido todos somos en algo fascistas en determinadas conductas o pensamientos.

Pero estos fenómenos no son inevitables. A través del compromiso cívico activo y la defensa inquebrantable de los derechos humanos, es posible revertir esta peligrosa tendencia. Para derrotar el fascismo hay que estudiarlo primero y luego confrontarlo ideológica, cultural y políticamente. Al fascismo se le confronta de frente, no con actitudes conciliatorias. La única salida es la organización y la lucha. Es preciso organizarse de nuevas maneras creando frentes, redes, comunidades…, y desde ahí luchar porque el fascismo está a la vuelta de la esquina. En manos de personajes como Donald Trump y sus colegas de la fachosfera cualquier cosa puede pasar. Vale la pena tomar en serio la advertencia de Julián de Zubiría, “La victoria de Trump es una alerta planetaria”.

Fuentes

  • APPLEBAUM, Anne (202). El ocaso de la democracia: La seducción del autoritarismo. Debate, Madrid.
  • BEJARANO, Ana (10 de noviembre de 2024). “Fantasía incel”. Revista Cambio, Bogotá.
  • CAPDEVILA, Inés (10 de noviembre de 2024). “El regreso de Trump no solo habla de Estados Unidos: tres explicaciones globales de su triunfo”. La Nación, Buenos Aires.
  • DE ZUBIRÍA, Julián (2024). “Aproximaciones al fascismo”. Conferencia, Bogotá.
  • ECO, Umberto (2018). “Los 14 síntomas del fascismo eterno”. En Contra el fascismo. Lumen, Barcelona.
  • SAMPER P., Daniel (10 de noviembre de 2024). “Ser pillo paga”. Revista Cambio, Bogotá.
  • TRAVERSO, Enzo (2021). Las nuevas caras de la derecha. Siglo XXI, México.